jueves, 21 de junio de 2018

Economía y arqueología de Santiago en la época colonial.


Economía de Santiago del Estero en la época colonial

Cuando llegaron los españoles a la región del Tucumán, introdujeron desde el Perú y Chile, semillas y animales necesarios para su subsistencia. La zona pronto comenzó a poblarse de caballos, vacunos, cerdos, cabras y gallinas. Las semillas fructificaron y se multiplicaron en plantaciones de trigo, vides, algodón y olivos, además de los cultivos americanos como maíz, zapallos, porotos, etcétera.
El trabajo de la tierra y el cuidado de los animales estaba a cargo de los aborígenes en las encomiendas. También recogían del monte miel y cera, que eran comercializadas y cochinillas y añil que usaban para teñir las prendas tejidas que realizaban en los obrajes de paños. Allí se tejían frazadas, bayetas, ponchos, sobrecamas, alpargatas y calcetas.
La producción de los obrajes se vendía en Potosí, ciudad situada en el alto Perú (hoy Bolivia), que se había desarrollado en forma desmesurada por la explotación de minas de plata. Allí se aglutinaba una numerosa población de 160.000 habitantes, integrada especialmente por indios mitayos que realizaban la tarea más dura. Para esta masa de mano de obra servil, se necesitaba gran cantidad de ropa sencilla, denominada ropas de la tierra, que era producida en gran escala en los obrajes santiagueños. Por ello "... empezó para los indios una explotación intensiva y despiadada que fue una de las primeras causas de su casi extinción".
Arqueología colonial de Santiago
Como consecuencia de las primeras guerras de conquista en el Perú, y siguiendo una política de compensaciones entre los conquistadores y sus descendientes, se organizaron entradas hacia territorios desconocidos o débilmente controlados.

En ese contexto se fundó, en el año 1553, la ciudad de Santiago del Estero, la primera de una oleada fundacional de villas españolas seguida por San Miguel de Tucumán (1565) y Córdoba (1573), todas correspondientes a la gobernación del Tucumán.

Indudablemente, los españoles trajeron consigo la tradición hispano-medieval de fundar ciudades con el objetivo de conquistar territorios, explotar los recursos naturales más provechosos, así como también beneficiarse de la fuerza de trabajo disponible, más allá de los intereses movilizadores que representaban expandir la influencia política de la Corona y la fe católica. Pero pese a seguir esta lógica, los peninsulares no descartaron el aprovechamiento de los centros urbanos ya existentes en América, sino que tendieron a asentarse sobre aquellos y a transformarlos, incorporando sus técnicas de construcción, y haciendo variaciones en la estructura.

Respecto a ese último aspecto, vale decir que, al menos en el caso de Santiago del Estero, ya hacia principios del siglo XVII se notaba la influencia de lo establecido por las Ordenanzas del Bosque de Segovia (1576), las cuales contemplaron factores como la elección del lugar, la delimitación de la cuadrícula, y la distribución de los espacios urbanos (plaza central, plaza de armas, la ubicación del gobierno municipal y de la Iglesia Catedral, etc.), más el trazado de las calles en cuadras. El censo de 1608 nos muestra que se intentó aplicar en esta parte de la provincia del Tucumán lo señalado por la citada resolución regia: según la fuente, ‘‘esta poblada esta çiudad con sus quadras quatro y en medio la plaça con çinco quadras a lo largo que es la mayor lonxitud en que están abeçindados los moradores del pueblo –ay…cassas- no tiene cassas rreales y las cassas de cabildo se trata agora de levantarlas y para ello se (h)a traydo algunos materiales porque las que abía se cayeron=no tiene edifisios suntuosso(s) esta çiudad: no tiene arrabales porque saliendo de la çiudad entra el canpo por una parte se va a tomar al rrio y por la otra salida a la açequia principal donde estan las chacaras para el sustento de los vezinos della…’’.

La afirmación anterior nos muestra un espacio citadino más bien modesto en cuanto a su extensión y su arquitectura (parece ser que había pocas cuadras de tejido urbano, más la inexistencia de grandes edificios, ya que ni siquiera el edificio central del ayuntamiento se encontraba finalizado). Por otra parte, sirve para afirmar que al menos desde entonces había una preocupación latente por la definición de los espacios productivos.

Como hemos sostenido varios especialistas en el tema, en torno a las ciudades pronto se fue conformando una suerte de cinturón de quintas, especializadas más que nada en la producción de vegetales, hortalizas, cereales y forraje. Un tanto más alejadas de la urbe estaban ubicadas las zonas de chacras, unidades productivas fundamentalmente agrícolas, pero que también supieron dedicar cierto espacio a la ganadería en pequeña escala. Por su parte las estancias, más lejos del centro de la ciudad, se caracterizaban por ser más extensas que el resto de las explotaciones rurales, y desde el punto de vista productivo se orientaban principalmente a la cría de haciendas en sus diversas variantes, las cuales respondían a múltiples mercados coloniales. 

Afortunadamente, no faltan testimonios de utilidad para acercarse a las principales actividades económicas del lugar. Según la fuente analizada, ‘‘siénbrasse en esta çiudad y su jurisdision trigo y mais çebada garbanços y otras legunbres de manera que corre de ordinario abastesidamente para españoles e yndios’’, con lo cual se nos está mostrando un territorio en el cual había una importante producción cerealera, destinada principalmente al bastimento municipal. También se mencionan la presencia de árboles frutales de diversos tipos, sumados a la cría de animales (vacunos y ganado menor) destinados en primera instancia al mercado local.

En relación al abasto de carne, ya a comienzos de la centuria podía verse al Cabildo de Santiago del Estero regulando tanto el aprovisionamiento como los precios: ‘‘La carne q’ se gasta es baça y carnero –vale cada carnero en pie doçe rreales y una arroba de baca dos rreales y medio’’.

Ahora bien, es preciso tener presente que desde sus orígenes, todas las jurisdicciones de la mencionada gobernación dependieron, para su perduración, de la capacidad de administrar el trabajo de los indios para producir sobre las tierras fértiles disponibles, en función de las demandas de los principales centros de producción de plata del Perú y del Alto Perú, debido a que las regiones circundantes a dichas explotaciones no eran lo suficientemente productivas como para abastecer a las ciudades mineras de todo lo que necesitaban (combustibles, insumos, alimentos, herramientas, ganado, servicios, etc.).

Por lo tanto, todos los espacios productivos del Virreinato del Perú se fueron especializando a nivel local dependiendo de las ventajas comparativas que les permitieran expandir su área de influencia comercial más allá de las necesidades del mercado local. De esta manera, llegaban a puntos clave como el Potosí todo tipo de géneros (mulas, reses en pie, yerba mate, tabaco, lienzos de algodón, grasa, sebo, vinos, aguardientes, maderas, carretas, etc.), lo cual a su vez facilitó la dispersión de la plata altoperuana hacia las distintas regiones productoras, más allá de que la mayor cantidad de dicho metal precioso se marchara por vía ultramarina hacia los principales puertos de España y de Europa.

Simultáneamente, existía toda una red de intercambios mercantiles que vinculaban entre sí a distintas ciudades y sus unidades productivas, como Jujuy, Salta, Santiago del Estero y Córdoba, como puntos intermedios entre Buenos Aires y el Litoral Rioplatense con el Norte argentífero. Por ejemplo, la fuente consultada da a entender la circulación de vinos provenientes del Paraguay y del Reino de Chile.

En este contexto, se destacaron desde la provincia estudiada la carretería y los envíos de madera desde Tucumán, y la industria textil manufacturera santiagueña, la cual estaba encabezada por una minoría de españoles (generalmente encomenderos en un primer momento), que temían la capacidad (control de los medios de producción, ya que disponían de dinero, lana, algodón e indígenas que les debían tributo) de enfocarse en dicha ‘‘industria’’, la cual era capaz de abastecer a los centros consumidores de sombreros, sobrecamas, calcetas, sayales, lienzos, entre otros efectos. Como bien definieron algunos autores, Santiago del Estero integraba una de las regiones más importantes del área del poncho.

Sin dudas, la economía de Santiago del Estero tuvo que ver, por lo menos hasta bien entrado el siglo XVII, con la explotación de los autóctonos en función de las actividades que dejaban mejores rendimientos a los vecinos feudatarios.

Es que, desde un principio, los conquistadores recibieron beneficios por parte de la Corona, los cuales se extendieron mínimamente hasta sus descendientes. Entre los privilegios iniciales se encontraban las mercedes de encomienda y de tierras.

Por lo general, el jefe de las expediciones se ocupaba de recompensar los servicios de sus seguidores repartiendo entre los mismos tanto extensiones territoriales como grupos de indígenas. Para simplificar, podríamos definir a la encomienda como la institución española mediante la cual se le asignaba a un determinado vecino algún grupo de nativos, con la condición de que el primero se encargara de brindar ‘‘educación, evangelización y protección’’ a los naturales, mientras que éstos últimos, en su condición de vasallos del señor encomendero y súbditos de Su Majestad, quedaban obligados al pago de un tributo, el cual, pese a las marcadas diferencias regionales y locales, solía pagarse en especie (es decir, con frutos de la tierra, como se conocía a los productos agrícola-ganaderos y artesanales) o en turnos de trabajo en las explotaciones del propietario.

Exceptuando los beneficios productivos, estas prácticas tuvieron varios aspectos negativos, como el descenso de la población indiana durante las primeras décadas del siglo XVI, problema manifestado en las fuentes: ‘‘…y abiendo tenido la dicha çiudad y su distrito al tienpo de su fundasion mas de beynte mil yundios an ydo en disminusion y tendra el dia de oy como cinco mill yndios y los rrestantes se (h)an ydo consumiendo como en las demás partes de las yndias’’. 

Mayormente, los indios de encomienda, eran destinados a cumplir con jornadas laborales dentro de los obrajes textiles, situación visible en el padrón elaborado en los primeros años del siglo XVII, en el cual aparecen clasificados según una división sexual del trabajo bastante particular, que definía a las mujeres como indias hilanderas.

Empero, también es menester traer a colación que tuvieron cierto impulso otras labores con fines económicos, sobre todo en el contexto rural, ya que en Santiago del Estero se practicaron hasta por lo menos comienzos del siglo XVIII las vaquerías (entendidas como expediciones de caza organizadas por el municipio y los vecinos criadores, y practicadas sobre el ganado vacuno cimarrón, con el objetivo principal de obtener productos como cueros, grasa y sebo), las recogidas de ganado (de alzados, para reintegrarlos a las estancias y para tener reservas disponibles para el abasto de carne del vecindario), y la cría en los establecimientos pecuarios, donde los originarios solían integrarse como peones asalariados o bajo diferentes vínculos de dependencia con los dueños de la tierra, tales como el arrendamiento o la agregación.

Por otra parte, los encomenderos supieron entablar fuertes vínculos con las autoridades coloniales (tanto civiles como eclesiásticas), ya sea mediante alianzas matrimoniales, o participando directamente dentro de instituciones como la sala capitular. Esta última fue muy importante, no sólo por su condición de mecanismos propicio para el ascenso socioeconómico y su carácter de corporación representante de los intereses de las élites locales, sino también por las funciones que supo desempeñar, las cuales fueron muchas y diversas, ya que iban desde el abasto de carne local hasta la organización de las principales fiestas públicas cívico-religiosas, pasando por la regulación de los precios de los bienes de consumo interno, la conformación de milicias, la erección de guarniciones en la frontera, la administración de licencias para hacer vaquerías, la redistribución del ganado recogido durante las expediciones, etc.

En Santiago del Estero, en ese momento capital provincial, coexistieron la figura del gobernador y capitán general con la del Cabildo, Justicia y Regimiento. En cuanto a las funciones del primero, las mismas eran amplias, ya que desde tiempos inmemoriales se lo conocía por ser el encargado de la estructuración del espacio urbano, la concesión de mercedes territoriales, los repartos de tributarios, la designación de los primeros funcionarios capitulares, entre otras cosas. Respecto a la conformación y las atribuciones del segundo, las mismas aparecen de manera explícita en la fuente: ‘‘…y el gobernador provee al tiniente y los alcaldes hordinarios y de la hermandad –el cabildo por eleccion- ay en esta çiudad dos offiçios de escribanos uno de gobernaçion y otro publico y de cabildo q’ su magestad les (h)a vendido y son renunsiables…’’, asimismo, se afirma que ‘‘…las eleçiones de Regimiento las aprueba el gobernador o sus tenientes y el dia de año nuebo se haçen las eleçiones…’’.

Los fragmentos permiten apreciar que, por un lado, había cargos electivos y otros que se compraban, y además, que la composición del ayuntamiento santiagueño era similar a la mayoría de las ciudades coloniales: un cuerpo integrado por los alcaldes de primer y segundo voto, los regidores y algunos funcionarios especializados (como el fiel ejecutor, el procurador general y el Alcalde Provincial de la Santa Hermandad, entre otros), cuyo número variaba según el tamaño y la importancia de la población considerada.

Por otro lado, también la documentación ofrece datos importantes en relación a las jerarquías de la Iglesia, teniendo en cuenta que Santiago del Estero era sede de Obispado provincial. En el texto se aclara que se trataba de una sede catedralicia y episcopal, y que había distintos funcionarios religiosos, los cuales recibían salarios anuales por su desempeño, y que el cuerpo católico se encargaba de la administración del hospital y de los conventos, que estaban encabezados por varias Órdenes Religiosas (franciscanos, mercedarios y jesuitas), y que además recibían el diezmo y una renta por parte de los nativos del lugar.

Tanto en esta ciudad como en el resto de Latinoamérica colonial, las reducciones sirvieron como instrumentos de educación, evangelización y para facilitar el cobro de los impuestos correspondientes a la Real Hacienda y la práctica de la encomienda.

Sería muy interesante seguir profundizando sobre éstos y otros temas, tales como la relación entre los encomenderos, los cargos públicos, las concesiones territoriales y las prácticas productivas pecuarias, así como también analizar más a fondo la ganadería y sus distintos mercados, o si existió una importante vinculación entre los representantes católicos y las actividades económicas más destacadas.


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