Economía de
Santiago del Estero en la época colonial
Cuando llegaron los
españoles a la región del Tucumán, introdujeron desde el Perú y Chile, semillas
y animales necesarios para su subsistencia. La zona pronto comenzó a poblarse
de caballos, vacunos, cerdos, cabras y gallinas. Las semillas fructificaron y se
multiplicaron en plantaciones de trigo, vides, algodón y olivos, además de los
cultivos americanos como maíz, zapallos, porotos, etcétera.
El trabajo de la
tierra y el cuidado de los animales estaba a cargo de los aborígenes en las
encomiendas. También recogían del monte miel y cera, que eran comercializadas y
cochinillas y añil que usaban para teñir las prendas tejidas que realizaban en
los obrajes de paños. Allí se tejían frazadas, bayetas, ponchos, sobrecamas,
alpargatas y calcetas.
La producción de los
obrajes se vendía en Potosí, ciudad situada en el alto Perú (hoy Bolivia), que
se había desarrollado en forma desmesurada por la explotación de minas de
plata. Allí se aglutinaba una numerosa población de 160.000 habitantes,
integrada especialmente por indios mitayos que realizaban la tarea más dura.
Para esta masa de mano de obra servil, se necesitaba gran cantidad de ropa
sencilla, denominada ropas de la tierra, que era producida en gran escala en
los obrajes santiagueños. Por ello "...
empezó para los indios una explotación intensiva y despiadada que fue una de
las primeras causas de su casi extinción".
Arqueología
colonial de Santiago
Como consecuencia de
las primeras guerras de conquista en el Perú, y siguiendo una política de
compensaciones entre los conquistadores y sus descendientes, se organizaron
entradas hacia territorios desconocidos o débilmente controlados.
En ese contexto se
fundó, en el año 1553, la ciudad de Santiago del Estero, la primera de una oleada
fundacional de villas españolas seguida por San Miguel de Tucumán (1565) y
Córdoba (1573), todas correspondientes a la gobernación del Tucumán.
Indudablemente, los
españoles trajeron consigo la tradición hispano-medieval de fundar ciudades con
el objetivo de conquistar territorios, explotar los recursos naturales más
provechosos, así como también beneficiarse de la fuerza de trabajo disponible,
más allá de los intereses movilizadores que representaban expandir la
influencia política de la Corona y la fe católica. Pero pese a seguir esta
lógica, los peninsulares no descartaron el aprovechamiento de los centros
urbanos ya existentes en América, sino que tendieron a asentarse sobre aquellos
y a transformarlos, incorporando sus técnicas de construcción, y haciendo
variaciones en la estructura.
Respecto a ese último
aspecto, vale decir que, al menos en el caso de Santiago del Estero, ya hacia
principios del siglo XVII se notaba la influencia de lo establecido por las
Ordenanzas del Bosque de Segovia (1576), las cuales contemplaron factores como
la elección del lugar, la delimitación de la cuadrícula, y la distribución de
los espacios urbanos (plaza central, plaza de armas, la ubicación del gobierno
municipal y de la Iglesia Catedral, etc.), más el trazado de las calles en
cuadras. El censo de 1608 nos muestra que se intentó aplicar en esta parte de
la provincia del Tucumán lo señalado por la citada resolución regia: según la
fuente, ‘‘esta poblada esta çiudad con sus quadras quatro y en medio la plaça
con çinco quadras a lo largo que es la mayor lonxitud en que están abeçindados
los moradores del pueblo –ay…cassas- no tiene cassas rreales y las cassas de
cabildo se trata agora de levantarlas y para ello se (h)a traydo algunos
materiales porque las que abía se cayeron=no tiene edifisios suntuosso(s) esta
çiudad: no tiene arrabales porque saliendo de la çiudad entra el canpo por una
parte se va a tomar al rrio y por la otra salida a la açequia principal donde
estan las chacaras para el sustento de los vezinos della…’’.
La afirmación
anterior nos muestra un espacio citadino más bien modesto en cuanto a su
extensión y su arquitectura (parece ser que había pocas cuadras de tejido
urbano, más la inexistencia de grandes edificios, ya que ni siquiera el
edificio central del ayuntamiento se encontraba finalizado). Por otra parte,
sirve para afirmar que al menos desde entonces había una preocupación latente
por la definición de los espacios productivos.
Como hemos sostenido
varios especialistas en el tema, en torno a las ciudades pronto se fue
conformando una suerte de cinturón de quintas, especializadas más que nada en
la producción de vegetales, hortalizas, cereales y forraje. Un tanto más
alejadas de la urbe estaban ubicadas las zonas de chacras, unidades productivas
fundamentalmente agrícolas, pero que también supieron dedicar cierto espacio a
la ganadería en pequeña escala. Por su parte las estancias, más lejos del
centro de la ciudad, se caracterizaban por ser más extensas que el resto de las
explotaciones rurales, y desde el punto de vista productivo se orientaban
principalmente a la cría de haciendas en sus diversas variantes, las cuales
respondían a múltiples mercados coloniales.
Afortunadamente, no
faltan testimonios de utilidad para acercarse a las principales actividades
económicas del lugar. Según la fuente analizada, ‘‘siénbrasse en esta çiudad y
su jurisdision trigo y mais çebada garbanços y otras legunbres de manera que
corre de ordinario abastesidamente para españoles e yndios’’, con lo cual se
nos está mostrando un territorio en el cual había una importante producción
cerealera, destinada principalmente al bastimento municipal. También se
mencionan la presencia de árboles frutales de diversos tipos, sumados a la cría
de animales (vacunos y ganado menor) destinados en primera instancia al mercado
local.
En relación al abasto
de carne, ya a comienzos de la centuria podía verse al Cabildo de Santiago del
Estero regulando tanto el aprovisionamiento como los precios: ‘‘La carne q’ se
gasta es baça y carnero –vale cada carnero en pie doçe rreales y una arroba de
baca dos rreales y medio’’.
Ahora bien, es
preciso tener presente que desde sus orígenes, todas las jurisdicciones de la
mencionada gobernación dependieron, para su perduración, de la capacidad de
administrar el trabajo de los indios para producir sobre las tierras fértiles
disponibles, en función de las demandas de los principales centros de
producción de plata del Perú y del Alto Perú, debido a que las regiones
circundantes a dichas explotaciones no eran lo suficientemente productivas como
para abastecer a las ciudades mineras de todo lo que necesitaban (combustibles,
insumos, alimentos, herramientas, ganado, servicios, etc.).
Por lo tanto, todos
los espacios productivos del Virreinato del Perú se fueron especializando a
nivel local dependiendo de las ventajas comparativas que les permitieran
expandir su área de influencia comercial más allá de las necesidades del
mercado local. De esta manera, llegaban a puntos clave como el Potosí todo tipo
de géneros (mulas, reses en pie, yerba mate, tabaco, lienzos de algodón, grasa,
sebo, vinos, aguardientes, maderas, carretas, etc.), lo cual a su vez facilitó
la dispersión de la plata altoperuana hacia las distintas regiones productoras,
más allá de que la mayor cantidad de dicho metal precioso se marchara por vía
ultramarina hacia los principales puertos de España y de Europa.
Simultáneamente,
existía toda una red de intercambios mercantiles que vinculaban entre sí a
distintas ciudades y sus unidades productivas, como Jujuy, Salta, Santiago del
Estero y Córdoba, como puntos intermedios entre Buenos Aires y el Litoral
Rioplatense con el Norte argentífero. Por ejemplo, la fuente consultada da a
entender la circulación de vinos provenientes del Paraguay y del Reino de Chile.
En este contexto, se
destacaron desde la provincia estudiada la carretería y los envíos de madera
desde Tucumán, y la industria textil manufacturera santiagueña, la cual estaba
encabezada por una minoría de españoles (generalmente encomenderos en un primer
momento), que temían la capacidad (control de los medios de producción, ya que
disponían de dinero, lana, algodón e indígenas que les debían tributo) de
enfocarse en dicha ‘‘industria’’, la cual era capaz de abastecer a los centros
consumidores de sombreros, sobrecamas, calcetas, sayales, lienzos, entre otros
efectos. Como bien definieron algunos autores, Santiago del Estero integraba
una de las regiones más importantes del área del poncho.
Sin dudas, la
economía de Santiago del Estero tuvo que ver, por lo menos hasta bien entrado
el siglo XVII, con la explotación de los autóctonos en función de las
actividades que dejaban mejores rendimientos a los vecinos feudatarios.
Es que, desde un
principio, los conquistadores recibieron beneficios por parte de la Corona, los
cuales se extendieron mínimamente hasta sus descendientes. Entre los
privilegios iniciales se encontraban las mercedes de encomienda y de tierras.
Por lo general, el
jefe de las expediciones se ocupaba de recompensar los servicios de sus
seguidores repartiendo entre los mismos tanto extensiones territoriales como
grupos de indígenas. Para simplificar, podríamos definir a la encomienda como
la institución española mediante la cual se le asignaba a un determinado vecino
algún grupo de nativos, con la condición de que el primero se encargara de
brindar ‘‘educación, evangelización y protección’’ a los naturales, mientras
que éstos últimos, en su condición de vasallos del señor encomendero y súbditos
de Su Majestad, quedaban obligados al pago de un tributo, el cual, pese a las
marcadas diferencias regionales y locales, solía pagarse en especie (es decir,
con frutos de la tierra, como se conocía a los productos agrícola-ganaderos y
artesanales) o en turnos de trabajo en las explotaciones del propietario.
Exceptuando los
beneficios productivos, estas prácticas tuvieron varios aspectos negativos,
como el descenso de la población indiana durante las primeras décadas del siglo
XVI, problema manifestado en las fuentes: ‘‘…y abiendo tenido la dicha çiudad y
su distrito al tienpo de su fundasion mas de beynte mil yundios an ydo en
disminusion y tendra el dia de oy como cinco mill yndios y los rrestantes se
(h)an ydo consumiendo como en las demás partes de las yndias’’.
Mayormente, los
indios de encomienda, eran destinados a cumplir con jornadas laborales dentro
de los obrajes textiles, situación visible en el padrón elaborado en los
primeros años del siglo XVII, en el cual aparecen clasificados según una
división sexual del trabajo bastante particular, que definía a las mujeres como
indias hilanderas.
Empero, también es
menester traer a colación que tuvieron cierto impulso otras labores con fines
económicos, sobre todo en el contexto rural, ya que en Santiago del Estero se
practicaron hasta por lo menos comienzos del siglo XVIII las vaquerías
(entendidas como expediciones de caza organizadas por el municipio y los
vecinos criadores, y practicadas sobre el ganado vacuno cimarrón, con el
objetivo principal de obtener productos como cueros, grasa y sebo), las
recogidas de ganado (de alzados, para reintegrarlos a las estancias y para
tener reservas disponibles para el abasto de carne del vecindario), y la cría
en los establecimientos pecuarios, donde los originarios solían integrarse como
peones asalariados o bajo diferentes vínculos de dependencia con los dueños de
la tierra, tales como el arrendamiento o la agregación.
Por otra parte, los
encomenderos supieron entablar fuertes vínculos con las autoridades coloniales
(tanto civiles como eclesiásticas), ya sea mediante alianzas matrimoniales, o
participando directamente dentro de instituciones como la sala capitular. Esta
última fue muy importante, no sólo por su condición de mecanismos propicio para
el ascenso socioeconómico y su carácter de corporación representante de los
intereses de las élites locales, sino también por las funciones que supo
desempeñar, las cuales fueron muchas y diversas, ya que iban desde el abasto de
carne local hasta la organización de las principales fiestas públicas
cívico-religiosas, pasando por la regulación de los precios de los bienes de
consumo interno, la conformación de milicias, la erección de guarniciones en la
frontera, la administración de licencias para hacer vaquerías, la
redistribución del ganado recogido durante las expediciones, etc.
En Santiago del
Estero, en ese momento capital provincial, coexistieron la figura del
gobernador y capitán general con la del Cabildo, Justicia y Regimiento. En
cuanto a las funciones del primero, las mismas eran amplias, ya que desde
tiempos inmemoriales se lo conocía por ser el encargado de la estructuración
del espacio urbano, la concesión de mercedes territoriales, los repartos de
tributarios, la designación de los primeros funcionarios capitulares, entre
otras cosas. Respecto a la conformación y las atribuciones del segundo, las
mismas aparecen de manera explícita en la fuente: ‘‘…y el gobernador provee al
tiniente y los alcaldes hordinarios y de la hermandad –el cabildo por eleccion-
ay en esta çiudad dos offiçios de escribanos uno de gobernaçion y otro publico
y de cabildo q’ su magestad les (h)a vendido y son renunsiables…’’, asimismo,
se afirma que ‘‘…las eleçiones de Regimiento las aprueba el gobernador o sus
tenientes y el dia de año nuebo se haçen las eleçiones…’’.
Los fragmentos
permiten apreciar que, por un lado, había cargos electivos y otros que se
compraban, y además, que la composición del ayuntamiento santiagueño era
similar a la mayoría de las ciudades coloniales: un cuerpo integrado por los
alcaldes de primer y segundo voto, los regidores y algunos funcionarios
especializados (como el fiel ejecutor, el procurador general y el Alcalde
Provincial de la Santa Hermandad, entre otros), cuyo número variaba según el
tamaño y la importancia de la población considerada.
Por otro lado,
también la documentación ofrece datos importantes en relación a las jerarquías
de la Iglesia, teniendo en cuenta que Santiago del Estero era sede de Obispado
provincial. En el texto se aclara que se trataba de una sede catedralicia y
episcopal, y que había distintos funcionarios religiosos, los cuales recibían
salarios anuales por su desempeño, y que el cuerpo católico se encargaba de la
administración del hospital y de los conventos, que estaban encabezados por
varias Órdenes Religiosas (franciscanos, mercedarios y jesuitas), y que además
recibían el diezmo y una renta por parte de los nativos del lugar.
Tanto en esta ciudad
como en el resto de Latinoamérica colonial, las reducciones sirvieron como
instrumentos de educación, evangelización y para facilitar el cobro de los
impuestos correspondientes a la Real Hacienda y la práctica de la encomienda.
Sería muy interesante
seguir profundizando sobre éstos y otros temas, tales como la relación entre
los encomenderos, los cargos públicos, las concesiones territoriales y las
prácticas productivas pecuarias, así como también analizar más a fondo la
ganadería y sus distintos mercados, o si existió una importante vinculación
entre los representantes católicos y las actividades económicas más destacadas.